(2) No quieres pedalear más, por favor dilo!

 Aquí continúo con la historia de este viaje épico en bicicleta que tanto nos ha enseñado. Nos habíamos quedado en Sanlúcar, donde dormimos cerca a la playa en un parque muy bonito.

No sé si saben, pero en España aún hay algunas restricciones por el Covid, y tomar cerveza en lugares públicos está prohibido (lo que ellos llaman "botellón"). Este parque era ideal para el botellón y nos encontramos durmiendo entre la fiesta de jóvenes que decidieron coger el sitio para ellos. Algunos se nos acercaron con curiosidad para saber qué coños hacíamos durmiendo en un parque. Otros simplemente se asombraban de ver unas tiendas y se iban. No sé a qué hora se fueron, pero seguro después de media noche y lo dejaron todo hecho un fiasco.

Me da igual que se tomen unos tragos con los amigos, que se transmitan el virus entre ellos si quieren, pero acaso no pueden recoger su basura? Tenían por lo menos 4 basureros alrededor, pero es más cool dejar las botellas, vasos, latas tiradas ahí donde las bebieron. Nos levantamos en la mañana asqueadas con lo que veíamos. Así que no lo pensamos dos veces, nos pusimos los guantes y recogimos las mierdas de aquéllos jóvenes. Tarea que nos tomó 5 minutos y luego pudimos desayunar tranquilas en un parque limpio.

Como estábamos cerca a Cádiz y había carril bici por todas partes, nos sentíamos bastante tranquilas de pedalear. Además, con la cantidad de kilómetros que nos habíamos echado, habíamos llegado un día antes de lo planeado! Entonces comenzamos a plantearnos la posibilidad de cambiar la ruta y en vez de seguir hacia Sevilla, podríamos pedalear hasta Tarifa (el punto más al sur de España) y luego coger un bus o tren hacia Sevilla. Parecía un buen plan y a mí me hacía ilusión ver donde se juntan el mediterráneao y el atlántico.

Sólo había un incoveniente: Andalucía parece no estar muy bien conectada con las vías férreas, así que la única opción sería ir de Tarifa a Sevilla en bus, lo que implicaba apañarnos para embalar las bicicletas. Esa opción se convertía en todo un desafío, incluso más que el hecho de pedalear 100km más hacia el sur, por lo que estábamos con muchas dudas de hacerlo. Pero como estábamos un poco a la improvisación, ya tomaríamos la decisión luego. Por el momento decidimos pedalear cerca a las playas hasta llegar a Rota.

Día 7: nos perdimos en Cádiz

Desde Sanlúcar nos habíamos planteado la posibilidad de dormir donde la gente. Así que tuvimos la maravillosa idea de utilizar tinder como manera de búsqueda de gente local. Fue todo un desastre. Los pocos que nos respondían no estaban muy de acuerdo con dejarnos dormir en sus casas o sus intenciones eran obviamente otras. Así que desistimos un poco de esta opción. Yo había enviado mensajes a mis amigos españoles o colombianos en España para ver si conocían gente que pudiera acogernos en Cádiz. Aún sin respuesta y agotadas, nos paramos en Rota a almorzar.

Allí vi un mensaje alentador. Andrés, un amigo colombiano que vive en Liege tenía conocidos en Puerto de Santamaría (al lado de Cadiz) que estaban dispuestos a dejarnos dormir con nuestras tiendas de campaña en su jardín. Tendríamos sitio para descansar y una ducha encerrada, limpia por fin! Contactamos con la familia y estábamos a pocos kilómetros de su casa, estaríamos allí en casi una hora, así que sería perfecto para poder visitar Cádiz a pie o en bici en la tarde/noche.

Arrancamos para Puerto y el carril bici nos llevaba directo a la autovía, donde tendríamos que hacer unos poquitos minutos para entrar en la ciudad. Pero yo sentía que algo no estaba bien, no escuchaba los coches, me parecía que nos estábamos alejando de la autovía. Miré el mapa y claro, estábamos yendo de regreso hacia Chipiona, hacia atrás! Me sentí muy tonta de haber perdido el cruce y esto nos suponía casi 10km de más! Estábamos agotadas, con el pleno sol de la tarde encima, nos faltaba otra vez una hora para llegar a Puerto, fue muy desolador. Pero no teníamos opción, tocaba pedalear.

Finalmente llegamos donde la familia en Puerto. Tan acogedores y bonitos, nos recibieron con unas ricas lentejas, una ducha calientita y mucho amor. Nos explicaron cómo coger el tren de cercanías con las bicis para ir a Cádiz y nos fuimos a conocer esta ciudad hermosa. Yo ya estaba bastante sorprendida con la amabilidad de la gente, es que son super acogedores por toda Andalucía! Y el acento, me muero con el acento, es tan bonito! Para regresar a Puerto, cogimos el catamarán. Eso también nos sorprendió, de ver cómo el transporte público entre estas ciudades era tan barato y tan cómodo. 

Al final, con la perdida en Rota y la vuelta a Cádiz en bici, sumamos 80km en un día y estábamos ya sobre los 400km!

Llegamos a casa a eso de media noche y Yubel nos estaba esperando con una botellita de vino. "Venga, nos tomamos una botella y luego a dormir" le dijimos. La botella se multiplicó por cuatro y nos dieron las 5am hablando y hablando. Me parecía a mí que la pedaleada hacia Tarifa se estaba embolatando y además Nahia me había dicho que creía que le estaban saliendo unas hemorroides de tanto pedalear. A ver, que yo soy exigente, pero cuando la salud se interpone, también sé que toca parar.

Yubel comenzó a decir "Nahia, dile a Sara que tú no quieres pedalear hasta Tarifa, que no puedes más mujer!" y yo que le preguntaba a Nahia si era verdad y ella lo negaba. "Vamos a ver chicas, quedaros una noche más y yo os llevo a Tarifa en coche, como la gente normal". Y pues al final nos convenció. Nosotras queríamos ver Tarifa, parecía ser un lugar muy bonito y lleno de gente aventurera como nosotras (según nos dijo una señora en Sanlúcar). Entonces aceptamos, y el domingo nos fuimos de paseo familiar a Tarifa con Yubel y doña Olga.

Día 8: donde se juntan el mar y el océano

Siendo así la cosa, teníamos que decidir si finalmente iríamos a Sevilla a pedal o en tren. Nahia se sentía mucho mejor así que dijimos que el lunes pedalearíamos hacia Jerez, que era a sólo 20km de Puerto y ahí decidiríamos, pues sevilla estaba a 100km más de ahí.

Yubel y Olga quisieron ir a Jerez a despedirnos, así que se fueron en el coche y nosotras en las bicis. Cuando nos encontramos allí, queríamos visitar las bodegas de vinos, pero mala suerte que todas cierran los lunes. Así que simplemente nos comimos unas tapitas y luego Nahia y yo seguimos camino.

El tren a Sevilla hacía algunas paradas intermedias, así que como teníamos fuerza de rodar un poco más, finalmente decidimos pedalear hasta Lebrija y ahí cogeríamos el tren si era necesario. Me parecía razonable y además eran sólo 30km más de pedaleo. Qué podría salir mal? 

Todo.

A ver, no todo salió mal, pero se convirtió en el peor tramo de nuestro viaje. Nos encontramos con caminos de tierra, entre un secarral que se hacía más como un desierto. No había ni una sombra donde protegernos del intenso sol, tomábamos agua a cada instante. Nos estábamos derritiendo y no veíamos casi signos de carreteras o ciudad a lo lejos. Cuando nos faltaban como 10km, vimos que pronto llegaríamos a la carretera y nos acercaríamos a Lebrija. Ya habíamos decidido tomar el tren, porque el calor era insoportable.

Día 9: carretera al infierno

El camino se volvió intransitable, vibraba todo, dolía pedalear, esos 10km parecían eternos. Y entonces, cuando más rápido quería ir, mi porta maletas perdió un tornillo indispensable. Las vibraciones eran cada vez peores, sentía que mi bici se rompería en cualquier momento. 

Nahia se ofreció a llevar mi peso para aligerar el porta maletas. No acepté. Tenía que llegar yo, entre lágrimas, desespero, gritos, cansancio, deshidratación. Lo siento de nuevo Nahia, porque otra vez mi malgenio me hizo dejarte atrás, yo sólo quería llegar a la estación de tren, no podía más con eso. Grité y grité, pedaleé y avancé lo más rápido que podía, entre vibraciones y estrés.

Y es que no podía ser peor, pensaba yo. Pero en realidad si pudo ser peor: un pinchazo, un desmayo, un accidente. Al menos pudimos pedalear y llegar a la estación. Donde cogimos el siguiente tren y ahí terminó nuestro pedaleo intenso, con un total de 450km, un tornillo menos, muchas sonrisas, lágrimas y gritos atrás.

No me queda más que agradecer a Nahia, por su paciencia, por su amistad, por sus sonrisas, por no desfallecer, por no dejarme caer, por aceptar cada situación con gallardía y enseñarme la lección más bonita del viaje: qué locura tía! qué aventura tía!

Gracias Nahia!

Llegamos a Sevilla, donde nos hospedamos en un hostel en pleno centro. Y ya el resto lo contaré en otros posts, donde tienen que saber los detalles de algunas cosas: como el encarte de llevar una bici al aeropuerto, pequeños accidentes muy personales (a ver si soy capaz de contarlo) y la buena experiencia de conocer Sevilla. Así que, estén atentos, que pronto sigue este cuento!


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