MADURAR A LAS MALAS

¿De verdad quieren saber por qué me preocupo tanto por ustedes? Al fin y al cabo soy su abuela, pero les voy a contar mi historia. Soy la mayor de las mujeres, de 16 hermanos (sin contar los 8 hijos que tuvo mi padre con esa bruja). Mi hermana menor apenas daba sus primeros pasos cuando mi madre nos abandonó, en realidad nos acompaña desde donde esté, pero a veces me sentía sola e incapaz de educar a mis hermanos, y además tenía que encargarme de algunos de mis hermanos medios porque la bruja se fue de la casa y los dejó solos.
Los veía a todos tan pequeños, y aunque mi madre se había ido hace algún tiempo ya, aún no me acostumbraba a criar a mis propios hermanos, a veces sentía que era yo la que necesita ser criada, pero mi padre siempre estaba trabajando para podernos alimentar y nunca para ayudarme, por eso yo debía asumir toda la carga del hogar.
Los más pequeños de mis hermanos ya casi no recordaban a mi madre, incluso a veces pensaban que era yo, me decían mamá, y tenía que explicarles de nuevo qué había pasado.
Habitábamos una finca a unos pocos kilómetros del pueblo, vivíamos del trabajo de mi padre y de algunas frutas y verduras que lográbamos sembrar nosotros mismos en el jardín. No teníamos muchos recursos, pero estábamos bien con lo poco que teníamos. Nuestros vecinos eran muy bondadosos, y cuando nos veían sufriendo por alimento, ofrecían su ayuda, pero nosotros no aceptamos limosnas, así que yo enviaba a los más grandes de mis hermanos a que limpiaran las fincas vecinas y así obtuviéramos algo de dinero para desvararnos.
Un vecino criaba caballos y había sido galardonado con premios nacionales por sus caballos de paso, incluso había criado los caballos del presidente y eso es poco para lo que hacía. Una de mis hermanitas, era amante de los animales, y siempre se me escapaba para ir a montar caballo donde el vecino, quien no tiene hijos, así que él y su esposa disfrutaban de las esporádicas visitas de mi hermana y nunca me avisaban que estaba con ellos.
Algunas veces el dinero no nos alcanzaba tampoco para comprar zapatos, sólo para comer, y los pocos que podían ir a la escuela tenían que ir descalzos y con cuadernos viejos que les regalaban sus compañeros o los encontraban en el reciclaje. Mi hermanita no usaba zapatos, y los de los demás hermanos le quedaban grandes o simplemente prefería no usarlos.
Uno de tantos días, que ya ni siquiera recuerdo la fecha, mi hermanita se me escapó para no ayudarme a hacer las tareas de la casa. Yo ya estaba tan acostumbrada que no fui a buscarla y la dejé disfrutar de su niñez, algo que yo no pude hacer.
Ese día fue muy pesado, todos mis hermanos estaban extrañamente inquietos y justo esa noche mi padre no logró el pago de la semana. Ya llevábamos 3 días a punta de pan y agua. Y mi hermanita aún no llegaba, entonces todos nos empezamos a preocupar.
Como yo sabía dónde encontrarla, sólo tardé unos minutos en llegar a casa del vecino y allí estaba, la encontré sentada en la puerta de la entrada. Desde que me vio se puso muy nerviosa, empezó a temblar y los ojitos le brillaban como si fuera a llorar pero no quisiera. Le pregunté qué le pasaba y no me respondió, sólo agachó la cabeza y empezó a llorar.
La examiné con la mirada de cabeza a pies, y me detuve allí. Esa noche estaba más sucia de lo normal, las uñas de los pies estaban llenas de tierra y a duras penas se reconocía su tez blanca. Tenía una pantaloneta de uno de nuestros hermanos, la cual era tan grande para su tamaño que parecía que tuviera pantalones. Entre tanta mugre logré reconocer una pinta de sangre en su pie derecho y noté que le dolía mucho porque cuando me acerqué a mirarlo, aún si tocarlo, gimió de dolor y me pidió que no lo tocara.
Entonces miré la casa y supuse que no había nadie pues todas las luces estaban apagadas, así que tomé a mi hermanita en mis brazos y la llevé corriendo a nuestra casa. “Por favor no le digas nada a papá”, me dijo mirándome a los ojos y con los suyos aún inundados por las lágrimas. Me generó tanta compasión que no pude hablar, y asentí con la cabeza.
El camino se hizo largo y las piedras se me enterraban en las plantas de los pies, pero llegué justo cuando mi padre salía por la puerta de atrás a fumarse un cigarro. No nos vio. Entonces entré lo más rápido que pude y mis hermanos se quedaron atónitos mirando lo que le pasaba a mi hermana.
Primero le quité toda la ropa y la bañé con el agua del pozo lo más rápido que pude, pero cada vez que intentaba tocar su pie, lo alzaba por reflejo y gemía de dolor. Entonces la senté y le limpié el pie con mucho cuidado hasta que logré ver su herida. Tenía un agujero que casi le atravesaba, se alcanzaba a ver un punto rojo en la piel del empeine, y por la planta estaba sangrando sin parar.
Llamé a mi hermano mayor, el cual se sorprendió al ver tal herida y asustó más a mi hermanita con su expresión, ella inmediatamente comenzó a llorar con más fuerza. Mi hermano sugirió que le informáramos a mi padre, pero mi hermanita gritó que no lo hiciéramos, porque pensaba que la iba a castigar por haberse escapado de las labores del día.
Entre mi hermano y yo hicimos una curación que pareció haber funcionado pues ya no estaba sangrando, y a partir de ese momento pudimos tranquilizarnos un poco porque notamos que el caso no había sido tan grave, al parecer ningún hueso estaba implicado.
Cuando la niña se calmó, nos dijo entre sollozos que al llegar donde los vecinos, no encontró a nadie, pero aún así fue a las caballerizas a saludar a su caballo favorito. Lo empezó a acariciar y a hablarle, el tiempo se le pasó volando, cuando notó que era muy tarde y comenzaba a anochecer apurándose salió de la caballeriza y comenzó a correr hacia la casa, pero dio un paso en falso y sintió que su pie se desgarraba. Había pisado una herradura que se le habría caído a algún caballo y uno de sus clavos se enterró en su pie.
El dolor era tan intenso que ni siquiera podía gritar, y del desespero se arrancó la herradura y la lanzó lo más lejos que pudo. Siguió su trayecto. Llegó a la casa y notó que su pie no paraba de sangrar y que el dolor estaba aumentando tanto que no se podía mover más. No tuvo otra opción que quedarse allí a esperar.
Después de haberle hecho la curación y la hemorragia se detuviera, el dolor cesó, y pudo pasar la noche con tranquilidad. Mi padre no se dio cuenta de lo sucedido.
Al día siguiente mi hermanita se puso unos zapatos viejos de uno de mis hermanos, y comenzó a taparse los pies de ese día en adelante. Los días pasaban y seguía usando los mismos zapatos incluso cuando estaba en casa.
Pasaron varias semanas y empecé a notar que la niña estaba caminando de manera diferente, extraña. Pensé que quizá era mi impresión, pero una señal me decía que le estaba sucediendo algo. Me acerqué para preguntarle si se sentía mal, si le dolía algo, pero lo negó, así que dejé la idea a un lado y seguí con mis labores. Ella se fue de nuevo a montar su caballo.
Al día siguiente noté que ella en realidad estaba coja y esta vez se notaba más, así que la obligué a que me mostrara los pies. No tenía nada. Seguí con mis tareas habituales y ella no fue a montar su caballo, prefirió quedarse en su habitación, lo cual me hizo sospechar de alguna enfermedad.
Creo que cada día un instinto maternal me mostraba señales de que algo estaba pasando con mi hermanita, cada día la notaba diferente, con el ceño fruncido, caminando distinto, con las manos encogidas y con mal genio, y siempre respondía como entre los dientes, como si no quisiera hablar. A medida que pasaban los días, se notaba más el cambio, al punto que mi padre me preguntó por ella, y yo le dije que nada pasaba, simplemente estaba de mal humor. Obviamente no me creyó, pero no preguntó más.
Con el pasar de las semanas mi hermana ya casi no salía de su habitación. Una mañana me llamó a gritos desesperados. Fui a atenderla y sentí una puñalada de miedo al verla. Estaba tendida boca arriba con las manos empuñadas y con lágrimas en sus ojos “no puedo moverme”. Mi padre aún no había salido para su trabajo, así que fui por él. Tuve que contarle todo lo que había pasado esa noche, lo del clavo y cómo desde entonces sus actitudes estaban cambiando pero yo no veía nada en su cuerpo.
Fuimos al pueblo por un médico para que la revisara, ella sólo lloraba y movía la mandíbula de la rabia. El médico diagnosticó Tétanos, que en esa época era muy común, y nos dijo que ya no había nada por hacerse, estaba muy avanzado y sólo podíamos rezar para que mi hermanita se salvara.
Yo me sentía terrible, primero mi madre, y luego mi hermana, me sentía mal porque había defraudado a mi familia, no pude cumplir la simple labor de cuidar a mis hermanos pequeños. Cada día iba a sentarme a su lado y rezarle a mi madre para que no me dejara sola con ese peso de mi hermana y los demás. Cada día la veía peor, su mandíbula se iba contrayendo poco a poco y parecía que sus dientecitos se quebrarían por la presión, sus uñitas se enterraban dentro de la piel de sus manos, los músculos de su espalda cada vez más rígidos.
Pasó muy poco tiempo hasta que mi hermanita también se fue. El día que murió me sentí sola, a pesar de estar con todos mis hermanos (incluso mis medio hermanos), le lloré a mi madre y la culpé por lo que había pasado, si ella no me hubiera dejado sola a cargo de todos los niños, quizá eso no hubiera pasado. Me sentí impotente y con un dolor tan grande como el de una madre al ver morir a su hijo, ese día aprendí a sentir algo que nunca pensé sentir, el dolor de madre a raíz de la muerte de una hermana.
Esa noche no pude conciliar el sueño, era como si los pensamientos no quisieran dejar de brotar de mi cabeza, dejar de atormentarme. Pero entonces apareció mi madre en uno de ellos, me hablaba, me decía que yo sería capaz de criar y educar a todos mis hermanos mejor que si ella lo hiciera, decía que el hecho de que mi hermana hubiera muerto era inevitable, de alguna manera yo tenía que aprender a ser mamá y madurar a las malas.
Y simplemente no quiero imaginar que a ustedes les llegara a pasar algo medianamente parecido a lo que le pasó a mi hermana.

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