LA BAILARINA

Un día me cansé de verla en la misma incómoda posición y le pregunté “¿qué se siente?”, pero la bailarina siguió con su mirada perdida en el infinito y no me respondió.
Varios días estuve espiándola para ver si podía descubrir su secreto, pero nunca se movió, fue tiempo perdido, entonces cuando desistí de espiarla le pregunté de nuevo “¿no te cansas?”, y tampoco respondió.
Una noche decidí quedarme con ella y acompañarla, porque su mirada me decía que estaba cansada, sus ojos sin llorar me gritaban su dolor. Me acosté en el sofá, luchando contra el cansancio de un pesado día de trabajo, solo quería cuidar su dolor.
Y entonces, cuando mis ojos estaban a punto de caer, la bailarina respiró. Me sorprendí tanto al verla moverse que abrí los ojos al máximo y me concentré en su posición. Es imposible lograr bailar de ese modo sin sentir algún tipo de cansancio, o eso pensaba yo al verla. Estaba como empinada sobre uno de sus pies, con el otro doblado a la altura de la rodilla y los brazos abiertos completamente, logrando un Fouetté perfecto. Pero respiró, estoy segura que se movió.
Por un momento pensé que me estaba enloqueciendo, pero la bailarina se movió de nuevo. Comenzó a bailar. Al principio no me percaté de la música, hasta que la sentí, y la bailarina se movía con tal coordinación que parecía que la música saliera de su cuerpo. Era un espectáculo sencillamente hermoso.
Evidentemente la obra se dividía en tres partes, y cada una estaba marcada por un tono y velocidad diferente.
En cuanto la bailarina comenzó su primer acto, noté la tristeza de éste y la historia que me quería contar, estaba aburrida de permanecer en la misma posición toda su vida, y quería moverse, sentirse libre por un instante, gritar sin modular y también llorar sin lágrimas. Este acto terminó cuando se tendió en la mesa como si muriera de tristeza, entonces la música cesó.
De repente comenzó el segundo acto, y esta vez su euforia inundó mi alma, y fui yo quien comenzó a llorar al ver sus movimientos perfectamente calculados. En medio del show, la bailarina se transformó en alguien diferente, no era la misma bailarina perfectamente moldeada, con su traje brillante y su pelo peinado. Se soltó el pelo y rasgó su traje al tiempo que hacía el Fouetté en el que la hicieron. Ya sus ojos no se veían tristes, se notaba un olor a rabia, sus movimientos se volvieron toscos y a destiempo. Esta parte culminó con un salto y una caída fuerte, en la cual la bailarina se rompió una pierna, mas no demostraba dolor alguno.
Un silencio terrorífico se escuchó en la sala, la bailarina se puso en pie, sosteniendo su pierna fracturada y continuó su acto sin música. De ahí en adelante, el baile se tornó en obra de terror.
La bailarina comenzó a gritar de dolor y a revolcarse sobre la mesa, de sus brazos brotaban espinas, su cuerpo era irreconocible, y yo no quería ver más. Cerré los ojos para no presenciar la metamorfosis, para no ver el monstruo en el que se estaba convirtiendo aquél ser.
No soportaba más sus sollozos y gemidos, no quería verla. Pero la curiosidad fue más fuerte que yo.
Abrí los ojos y descubrí que ya era de día, todo había sido un mal sueño. Quizá la posición incómoda en el sofá, o mi obsesión absurda por ver que una simple porcelana se moviera.
Me alcanzó a dar miedo al ver a la bailarina dejar salir la inmundicia que llevaba dentro, de pronto porque yo misma cargo mi cruz pesada, y temo algún día dejar salir el monstruo que traigo en mi interior.
Miré hacia la mesa y me impactó lo que vi.
La bailarina estaba rota en mil pedazos. Mis lágrimas comenzaron a salir.

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