Pesadilla

Abrí los ojos y seguía en cama, bañada en sudor. La cobija estaba en el piso arrugada. Tenía la piyama metida entre los pliegues de mi piel,era incómodo, entonces recordé que estaba obesa. El día apenas comenzaba a aclarar pero yo ya no podía dormir más. Hallé pocas fuerzas para levantarme y me senté en el borde de la cama, esperando que la magia llegara y me convirtiera en una hermosa flaca, como esas que salen en las revistas. No pasó nada.

Un día leí que las flacas tienen el cuerpo liviano, ágil, elástico, sin protuberancias, ni desproporciones, y son felices. Pero yo no me acuerdo de haber sido así.

Cuando niña siempre fui objeto de burla de mis compañeros de escuela, me decían Piggy, pero no por tierna (que seguro lo era), sino por gorda. También usaban otros apodos que eran realmente despectivos, me sentía humillada, insultada, y deprimida.

Mientras recordaba esos tiempos de tortura y baja autoestima, una lágrima bajaba por mi mejilla. Antes de vestirme subí a la balanza, tenía un kilo más que ayer, esto era terrible. Me miré al espejo. No veía más que una bola de grasa con cara (cara de marrana, como alguna vez me dijo un niño cruel).

Siempre traté de comer en los horarios adecuados, la cantidad adecuada de comida, pero mi cuerpo cada vez pedía más y más, y ahora no puedo comer una porción normal. Eso me deprime, porque cuando tengo hambre debo comer, pero cuando como quedo con hambre.

También recuerdo que dejé de ir de compras. Ya no encuentro nada de mi talla, así que uso faldones y camisetas de hombre, de ese modo puedo ocultar un poco mi vergüenza por la imagen asquerosa de mi cuerpo. Otra razón es que soy el hazme reír del pueblo, el bicho raro del circo.

Prefiero quedarme en casa. Mis amigas ya no me llaman, les da pena que las vean con un monstruo, tampoco me visitan, pues les da asco verme comer. Nunca he tenido un novio, por lo tanto lo del sexo no va conmigo, ¿quién se fijaría en este mamarracho hecho pelota?

Conocí el mar a los 11 años en un paseo familiar, se supone que todo debía ser alegría, pero me veía tan patética en traje de baño que algunos niños me decían "Salchichón". Desde entonces mi cuerpo no ha vuelto a sentir los rayos del sol.

He conocido todos los trucos para adelgazar, desde cremas, hasta dietas, sin embargo mi mente es débil y la ansiedad fuerte. Qué delicia una hamburguesa con adición de queso y tocineta, papas fritas agrandadas y Coca-cola bien helada, y después un postre o un helado con chocolate derretido...

Nunca he hecho ejercicio, mis articulaciones a duras penas pueden con mi cuerpo. Entonces, para qué me seguía torturando cada mañana frente al espejo con los mismos recuerdos de una infancia deprimente y una vida de paradigmas y modelos a seguir imposibles para mí.

Me vestí con una de las batas de siempre. Caminé en chanclas hasta el balcón de mi habitación. Miré al cielo hermoso que ya estaba azul.

El viento susurraba insultos en mis oídos, cerré los ojos y procuré no escucharlos. Simplemente me incliné hacia adelante. La caída fue como un sueño, una sensación de volar indescriptible.

Me sentía libre. Me sentía liviana. Me sentía hermosa. Cuando mi cuerpo chocó contra el suelo sentí un dolor que me atravesaba, y no podía moverme.

Abrí los ojos y no vi nada.

Todo se aclaró, veía la pata de mi cama.

Comentarios

Sandra ha dicho que…
Parce me gustó mucho, describe tal cual la sociedad de consumo y el modelo a seguir en la que nos metieron a las mujeres. Simplemente me encanta