Un gato azul
El gato, animal más hermoso no puede existir.
Esos bigotes alargados que le dan elegancia, junto a esos ojos a veces tan inexpresivos, a veces tan amarillos, y otras veces tan azules. Ese gato con pelaje negro, pero en algunas partes blanco, que tiene uñas largas con las que destroza muebles, y esos dientes filudos con los que muerde mis manos al buscar juego.
Ese gato que cada día toca mi puerta para despertarme a la misma hora, y luego busca un rincón calientito entre mis cobijas, que normalmente suele ser entre mis piernas, logrando en mi la más incómoda posición, pero al verlo tan a gusto llega a ser injusto moverme y desacomodarlo.
Ese gato que persigue moscas, atrapa cucarachas, come arañas y juega con hilos de estambre. El mismo que es feliz durmiendo en el lavamanos, tomando agua de la llave, escondiendo tesoros bajo los muebles, convirtiendo el armario en escondite (especialmente los lugares donde hay más ropa doblada y limpia).
Escuchar ese ronroneo cada vez que llego, sentir su lengua cuando me saluda, acariciar su cola, abrazarlo, sentirlo, no será posible de nuevo. Ese gato que me hace feliz con el hecho de escucharme cuando le hablo, aunque sé que está inmerso en sus sueños profundos de la siesta eterna del medio día.
Ese gato que odia las aves y las trae muertas a mis pies, no sé si como regalo o como amenaza. Ese gato que me acecha cuando me baño, me persigue cuando tiene hambre, se duerme en mis piernas cuando tengo afán.
Ese gato que creyó que podía volar como las aves y las persiguió por los aires. Y luego del vuelo se ha convertido en un gato azul.
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