Realidad

Desde niña siempre soñé con un amor de cuento de hadas, de esos príncipes que venían a rescatarme del dragón o a sacarme de mi castillo de cristal para enseñarme las maravillas del mundo exterior. Esos hombres perfectos, atractivos, inteligentes, caballeros, tiernos, fieles, especiales, amables, cálidos, amorosos, considerados y que sin duda me harían feliz.

Hoy, después de 23 años de vivir en la burbuja de mi vida, concluyo que los cuentos son solo cuentos y en el mundo no existe nadie con todas las características especiales que allí mencionan, quizá haya uno que otro con algunas características, pero no todas al tiempo, nada es perfecto y peor aún, nada es para siempre.

El amor, el verdadero amor se desarrolla con situaciones, momentos especiales compartidos con la persona que puede no ser perfecta en el sentido que nos lo pintan, sino una persona perfecta para mí, perfecta para lo que yo quiero, para lo que yo busco, para lo que yo necesito. La felicidad no es un Nirvana al que se llega y ya, soy feliz y nada en la vida importa más. La felicidad es cada momento, cada instante compartido, cada abrazo, cada beso, cada caricia, cada impulso para caminar de la mano. Sin embargo, nada es para siempre.

Entonces al caer sólo hay una opción: levantarse. Quiero levantarme y despertar, seguir mi vida, y que lo tenga que pasar, pase, hasta que el cuento de hadas termine.

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