Historias de vida 1: El huevo

En esta nueva etapa de escritos, contaré algunas experiencias únicas que he vivido en Europa por varios motivos: soy tonta, me he enfermado, he viajado, no conocía, entre otras. Hoy contaré dos que me ocurrieron en diferentes lugares y en condiciones diferentes.

La primera anécdota me ocurrió en Nantes, cuando llevábamos pocos días de habernos mudado. Yo estaba muy emocionada por tener un aparta-estudio sin tener que compartir cocina ni baño, era feliz en mi cueva. Mi pequeña casita tenía todo lo suficiente para mí: cama, escritorio, mesa, cocina y un baño grande. La cocina estaba bastante bien equipada, incluso tenía un microondas y hasta me estaba volviendo adicta a cocinar todos los días.

Una noche tuvimos una "fiesta" en la universidad y yo tenía mucha hambre pero no tenía tiempo de preparar algo elaborado, así que pensé en hacerme unos huevos duros antes de irme. Busqué la forma de hacerlos rápido en el microondas (claro, con las precauciones dizque necesarias), pero no funcionó. Todo pasó en cámara lenta, miré al microondas y de repente el huevo explotó, abriendo la puerta de golpe y casi dándome en la cara...ya sabrán cómo quedó todo... y también cuánto se burlaron de mí por eso. Pues bueno, aprendí que por más que haya leído que se pueden hacer huevos en el microondas, es mejor no intentarlo!



Bueno, ya pasé por tonta con esa historia, así que no más burlas pues!

Ahora nos movemos a Hamburgo, también unos días después de haber llegado. Resulta que el tercer semestre del master los estudiantes teníamos la opción de escoger el lugar al que nos queríamos mudar según nuestras espectativas en cuanto a prácticas y finalización de los estudios. Entonces 10 estudiantes escogimos Alemania, y solo algunos estábamos en Hamburgo, entre esos uno de los indios, un brasileño, un ruso y yo.

Uno de los primeros fines de semana, el amigo indio me invitó a su apartamento a almorzar con él, la deliciosa comida india que cocina ese chico. Yo pues me sentí un poco rara de comer con la mano (que es la costumbre india), pero al final disfruté mucho la comida, que estaba realmente muy picante, pero deliciosa. Los indios para pasar el picante suelen tomar yogurt (sin azúcar y sin sabor) con el almuerzo, y la verdad es que funciona muy bien. Obviamente es muy raro uno tomar un yogurt con el arroz (se le pone al arroz!) pero dejando de lado los pensamientos escrupulosos - y yo soy muy escrupulosa - me lo comí todo con gusto.

Ese mismo día tenía una cita para ver la bici que iba a comprar. En Alemania se usa mucho comprar y vender por un sitio web, es bastante seguro si sabes usarlo. Decidí encontrarme con el dueño de la bici al otro lado de la ciudad, y el indio de por sí vivía bastante lejos, así que me tomaba casi una hora para llegar en metro hasta la cita de la bici. Después de comer decidí irme en el siguiente tren de velocidad para poder llegar a tiempo.

Mientras iba de camino empecé a sentirme mal, como una revoltura de estómago. Claro, con la cantidad de condimento y picante que me dio mi amigo, cualquiera se pondría malo. LLegando a la estación central de Hamburgo - que por cierto es una de las estaciones con más flujo de pasajeros de Europa - ya no me sentía mal del estómago sino también mareada, me empecé a poner pálida y sentía que me iba a desmayar.

Cogí el metro hacia el sur, que era donde estaba el chico de la bici. y me sentía cada vez peor. Los otros pasajeros ya me veían la cara de semi-muerta y comenzaban a preocuparse. "Vamos, una sola parada más" me decía a mí misma en un punto de palidez máximo. El metro paró, me bajé y corrí al andén del otro lado a vomitar todo lo que salía de mi cuerpo. Sentía que tenía una bomba dentro de mí y no me importaba que media estación me estuviera mirando.

Cuando terminé mi tarea, que ya sentía que me iba a desmayar finalmente, llegó mi ángel de la guarda. No sé cómo más describir a una persona que no me conoce, no sabe si estoy borracha o enferma, no sabe que no soy alemana, me ve casi desmayada y se acerca a ayudarme. Esta chica me tomó de la mano, me llevó a la tienda más cercana y me consiguió agua. Cuando consiguió que me sentara simplemente desapareció.

Al cabo de unos minutos llegó el dueño de la bici con ella, mi negrita, mi compañera de caminos, que desde ese día se convirtió en mi mejor amiga y ahora no la pienso dejar en ningún lado. Ese día compré mi bici y también aprendí que no puedo comer mucho picante.

Pronto contaré más anécdotas, algunas son colombianadas, algunas son tonterías, pero siempre escribiendo con la intención de nunca olvidar. Hasta pronto.

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