Feminista, feminazi, femi - qué?

Decidí escribir esta entrada a propósito de un tema que está muy de moda: El Feminismo. No sé desde cuándo exactamente se puso de moda la situación, el caso es que ha cambiado totalmente lo que yo siempre sentí y profesé como feminismo (y aún lo hago) y se ha convertido en un mal llamado Feminazismo, el cual se ha salido de las manos de esas que se consideran feministas pero en realidad son unas locas inaguantables.

Vamos a ponernos en contexto. No sé quién es Carolina Sanín, pero al parecer ha dado mucho de qué hablar en Colombia (al parecer es un poco feminazi, o eso dicen, o eso entiendo en algunos de sus escritos). Leí este artículo que hizo hace poco y me sentí identificada con muchas cosas. No sé todavía si me gusta su forma de escribir o todo lo que dice, pero muchas cosas de esa entrada en particular si que son una descripción de lo que sentí durante muchos años de mi niñez y adolescencia.

Y por qué no lo expresé antes? Porque simplemente nunca pensé que fuera importante, pero ahora veo que es relevante contar las cosas desde el principio para poder entender las posiciones de cada uno. Al leerla, la entiendo y comparto su posición de ser feminista y de defender su derecho a hacer las cosas que los hombres hacen, de la misma manera, con el mismo ahínco. Porque yo también soy así.

Yo también fui una niña o niño bastante particular. No era de muchas muñecas, cocinitas ni maquillaje, sino más bien carritos, bicicleta y balón de fútbol. A mi papá no le gustaba que jugara fútbol (decía que era bastante violento para las niñas), pero yo quería jugar, correr, patear y golpear a los otros niños (si, golpear también). Me involucré en una que otra pelea con niños,  por motivos de niños como siempre, como si fuera un niño, porque yo los veía como iguales, yo también era un niño. Cuando me llevaban a comprar ropa, prefería la sección de niños, porque era más emocionante tener una camiseta de un super héroe que una flor o una corona, porque el azul me gustaba más que el rosa y porque simplemente quería vestirme como más me sentía cómoda.

Llegando a los 12 o 13 años (ya ni me acuerdo - pero mis compañeros de colegio seguro si se acuerdan), estábamos en el salón de clases en una especie de mesa redonda. Yo como siempre estaba sentada con mis amigos (que eran 3 niños y una niña, ella sigue siendo una de mis mejores amigas hoy) y estábamos jugando "piedra, papel, tijera" con castigo golpearnos (ella no estaba jugando, solo los niños y yo). Yo lo hacía con fuerza, para que les quedaran las marcas a los demás, y obviamente ellos también respondían. Cuando uno de los compañeros, uno de esos con los que no me la llevaba bien (tal vez porque yo era buena estudiante, deportista y muy odiosa) me gritó: "Sara, lesbiana!"

Yo nunca me había sentido lesbiana. Nunca había entendido el significado de esas palabras como insultos ("marica", "lesbiana", etc). Hasta entonces había besado a uno o dos niños y nunca había sentido ninguna atracción física, sexual por niñas. Las niñas no me gustaban, me parecían sosas, feas, perezosas, aburridas y sobre todo yo no me sentía una tampoco. Pero no era lesbiana, no era gay y me sentí por algún motivo profundamente herida por su comentario.

Me levanté de la silla y caminé hasta el otro lado del salón. Lo agarré del pelo (así como en una película de adolescentes) y lo tiré hacia abajo para que me mirara desde esa posición. "Cómo me dijiste? Decimelo en la cara", "Nada, nada, por favor suéltame, no me pegues" (eso es lo que yo recuerdo pues, puede que haya dicho otra cosa). El mechoneo duró un par de segundos más y decidí soltarlo. La profesora estupefacta todo ese tiempo. Cuando volví a sentarme, sé por mis amigos, que el otro mamón hizo alguna seña de reto a mi espalda (porque a la cara no era capaz el muy gallina). Pero lo dejé así. Nunca volvió a meterse conmigo ni a faltarme al respeto.

Creo que ese día fue la primera vez que sentí que no era un niño. Luego además durante toda mi vida me rechazaban mucho para jugar fútbol, pero luego al verme jugar me dejaban entrar a los grupos. Luego digamos que el deporte me llamó desde otra esquina y me dediqué al voleibol. Tal vez un deporte un poco más aceptado para niñas también. Pero me daba mucha rabia jugar con niñas porque ellas siempre se quejaban si golpeaba la pelota muy fuerte, si les decía que hay que luchar por atrapar el balón, que se ensuciaran, que rompieran sus rodilleras (yo no usaba rodilleras además). Las niñas, son niñas y yo en los deportes seguí siendo un niño toda la vida (aún lo soy).

Cumplí mis 15 años y salía con un chico. Lo dejé un tiempo después porque me enamoré de otro chico, me enamoré por primera vez. De este estuve enamorada muchísimos años. Fue un amor de infancia de esos imposibles, que se separan por cosas de la vida y nunca se vuelven a ver. El primer amor. Los pocos días que estuvimos saliendo hicimos cosas de niños juntos, como jugar a la x-box y ver películas. Porque yo seguía siendo un niño.

Fue también en el voleibol cuando me enamoré por segunda vez. Me enamoré profundamente y locamente de un chico del equipo masculino que además ayudaba a entrenarnos. Creo que él también se enamoró de mi (hoy sé que se enamoró de todas, por ejemplo). Pero sé que se enamoró de mi perseverancia por hacer las cosas bien, de mi fuerza, de mi capacidad de aprendizaje, de mi locura, se enamoró de una niña-niño. Pero luego me fui de intercambio a Canadá y nunca pude decirle que estaba enamorada. Él si siguió con su vida de chico seductor, consiguió una o dos novias mientras yo no estaba en Colombia, y yo moría de dolor en mi corazón. Mi primer desamor también.

Pero todavía no sentía que no podía ser un niño. Seguía jugando fútbol de vez en cuando. Seguía siendo buena estudiante (esto durante mucho tiempo), porque al parecer ser buen estudiante era cosa de niños en mi época (excepto mi amiga y yo). Seguía haciendo todo lo que quería y nadie me lo impedía.

El mundo empezó a cambiar, como lo dice Carolina, las chicas se empezaron a operar la nariz, las tetas, el abdomen y el culo. Pero yo no quería eso. Ya no eran más sosas ni feas, pero seguían siendo vacías y perezosas. Y ahí me di cuenta que yo no quería ser así. Yo quería ser libre.

Decidí estudiar ingeniería y ahí me empecé a dar cuenta que ser chica era raro. En la universidad había una batalla entre las chicas de ingeniería y las de las demás carreras. Ellas diciendo que las ingenieras éramos feas y nosotras defendiendonos diciendo que al menos éramos inteligentes. Y yo no entendía muy bien por qué pasaba eso.

Me enamoré, vaya si me enamoré. Amores imposibles, amores lejanos, amores cumplidos y amores fingidos, si. Todos hombres. Hombres adorables, inteligentes, geniales, que me llenaban de alegría y me enseñaban cada día la importancia de ser yo. Seguí jugando voleibol y fútbol, me relacioné con muchas chicas en los equipos, pero nunca tuve muchas amigas. De la universidad me quedan unas pocas contaditas, porque eran las que más se parecían a mí tal vez. Las más raras dirán las demás.

Al venir a Europa mis sentimientos han cambiado de cierta manera, digamos que he evolucionado a un ser capaz de sentir amor sin esperar nada a cambio. Sigo pensando que las mujeres podemos hacer todo lo que nos proponemos, el límite lo pone nuestra cabeza. Yo soy un niño aún en mi interior, un niño que quiere hacer todo lo que le da la gana, sin barreras, sin peros, sin que me digan que no puedo por ser mujer. Quiero que todas las mujeres puedan defenderse, actuar y hacer cosas como los hombres. Aún en muchos países, ser mujer es una desgracia, por ejemplo. Es por eso que soy feminista.

Hoy, a mis 27 años, aún no uso maquillaje (a menos que sea algo importante, una boda o qué se yo) ni me sé peinar, ni uso joyas. Me visto con lo más cómodo que encuentro y rara vez uso tacones. Tampoco me quiero casar ni tener hijos. Quiero ser libre. Quiero ser voluntaria de alguna causa social. Y ni siquiera sé qué quiero hacer el resto de mi vida. Es por eso que quiero seguir siendo un niño toda mi vida.


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